Cuando en 2022 fuimos a ver “Scalabrini Ortiz” en el Teatro El Picadero
dijimos que se trataba de “una proeza de la dramaturga Florencia Aroldi, cuyo
texto conjuga de modo virtuoso aspectos sobresalientes de la vida pública y
privada de este gran pensador nacional”. Ayer después de ver “Prestáme tu sueño”,
la obra en que rescata la figura de su padre Norberto Aroldi, salimos
recordando la frase de Goethe: “Eso que
has heredado, trabájalo para que sea tuyo”.
Todavía conmovidos por el espectáculo de anoche, hoy escuchamos una
entrevista radial donde la autora cuenta que el germen de la obra fue un poema
que su papá le escribió cuando ella tenía 3 años y donde él, sabiendo que ya no
le quedaba mucho tiempo por delante, entre otras cosas le dice: “Por amor todo, Florencia, sin amor nada”.
A esos versos ella los respondió hace tiempo con otros, y ahora con este homenaje
que podría resumirse así: “Con poesía todo, sin poesía nada”.
“Prestáme tu sueño”, entonces, es el título de un poema de Norberto Aroldi,
luego fueron unos versos (“Prestáme tu sueño, también”) donde su hija –que en
ese momento tenía 14 años- continuaba el diálogo iniciado por su padre, y ahora
es una flor de obra donde el “escenario” hace posible que unos personajes
encarnen esas charlas que siempre mantenemos con nuestros muertos porque es
mentira que el destino del pasado sea el silencio, a condición de saber
conversar con el tiempo.
El espacio donde se desarrolla la obra, un pasillo en “los altos” del
Palacio El Victorial (Piedras 720), coloca a las espectadoras y espectadores en
una situación bifronte para poder seguir los movimientos escénicos, pero a la
vez colabora a que haya una escucha atenta a lo que el padre (impecable Manuel
Longueira en el papel de “El Flaco”) le quiere legar a su hija (soberbia Anahí
Gadda como “Florencia”), y para entender por qué ella añora su índole apasionada.
También trabaja María Ibarreta, compañera de Aroldi y madre de Florencia
y de su hermano Sebastián, porque el homenaje es también para ella, que cuidó
ese legado y ahora puede verlo cumplido. ¡Y cómo!
Para empezar, no hay nada que sobre en el desarrollo dramático: antes bien,
uno termina esperando que haya todavía más textos de los Aroldi que se sigan
mixturando en tiempo presente, aunque a veces se hable con nostalgia de una Buenos
Aires que cobijó una constelación de talentos formidables y que son, o debieran
ser, el patrimonio de todas y todos los que aspiramos a vivir en una comunidad
emancipada, ya que también en este sentido el pasado le sigue hablando al
futuro.
Y porque Florencia Aroldi demuestra, con palabras y con acciones, aquello
que dijo Mahler: “La tradición es la
transmisión del fuego, y no la adoración de las cenizas”. Lo genuinamente nuestro
es ese fuego. Vivo.
Carlos Semorile.
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