domingo, 2 de junio de 2024

Relación de abandonado


 

“El entenado” es, en origen, una novela de Juan José Saer “inspirada en la historia de Francisco del Puerto, único sobreviviente de la masacre en que murió Juan Díaz de Solís, descubridor del Río de la Plata”. Desde hace unos días es, además, una muy creativa adaptación teatral realizada por Irina Alonso, quien también tiene a su cargo la dirección del espectáculo que puede verse –mejor dicho, que no debería dejar de verse- en el Teatro Regio de esta ciudad a orillas del Plata.

 

La obra comienza con cierta premura porque es mucho lo que hay contar sobre la vida de este mozuelo cuya orfandad lo acercó a los puertos, que se alistó como grumete en la expedición de Solís, sobrevivió -sin entender por qué- a la matanza de sus compañeros y luego vivió una década con los indios colastiné. “Diez años están hechos de muchos días, horas y minutos. De muchas muertes y nacimientos también”, escribió Saer, quien pensaba -como otros grandes escritores (Yourcenar y Saramago, por nombrar un par)- que “No se sabe nunca cuando se nace: el parto es apenas una simple convención”.

 

Quienes hayan tenido la fortuna de leer el libro del santafecino –“una de las novelas más tristes de nuestra literatura”, como dice Carlos Gamerro en su formidable ensayo “Facundo o Martín Fierro”-, pueden sorprenderse que la versión libre de Irina Alonso contenga varios pasajes hilarantes que, sin dudas, ayudan a sobrellevar la hondura existencial que está en el corazón de las reflexiones del entenado.

 

El espectador también agradece –entre el asombro y la maravilla- la ductilidad del elenco (Claudio Martínez Bel, Iride Mockert, Pablo Finamore y Aníbal Gulluni –responsable también de la música y del diseño sonoro-), capaces de pasar del desenfreno a la mesura a medida que los recuerdos del entenado así lo solicitan. Ocupan el “lugar de la persona ausente” (uno de los tantos significados de la palabra “def-ghi”, que fue el modo en que los indios llamaron siempre al entenado), pues no por nada son los actores de la compañía teatral que representan, con éxito, su historia en distintas cortes europeas. Y sin embargo…

 

Para al entenado no es suficiente porque, como plantea Gamerro, “No es la desaparición de una tribu perdida entre los infinitos ríos sudamericanos lo que el narrador de Saer lamenta, sino la del mundo mismo, cuya existencia estaba garantizada únicamente en la vida de la tribu y sus rituales”. Él, que por primera vez tuvo un padre en la figura del cura Quesada –el hombre que le enseñó a leer y escribir-, coincide con el religioso cuando lo escucha decir, “con una sonrisa, sacudiendo un poco la cabeza”, que los indios eran hijos de Adán y por lo tanto hombres: “Yo, silencioso, pensé esa noche, me acuerdo bien ahora, que para mí no había más hombres sobre esta tierra que esos indios”.

 

Y aquí queremos detenernos en el extraordinario parlamento final de un estremecido Claudio Martínez Bel situado en la piel, en las entrañas y en la voz del entenado. Porque si, como escribe Gamerro, “El entenado es una obra alucinada que nos obliga a ensanchar nuestra comprensión y empatía a límites tal vez no contemplados por nosotros cuando iniciamos su lectura”, es porque se trata de una novela “de las más compasivas” de nuestras letras. Y si el tono del monólogo de cierre es -como lo es en verdad- exquisito, es porque “El entenado”, la obra de Alonso y su elenco, es una de las más piadosas de nuestro teatro.


Carlos Semorile.


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