jueves, 27 de junio de 2024

La "onda Marie Kondo" y la clase media votando a sus verdugos


 

Acabo de ver esta "maravilla" en el féis, similar a otras de aspecto impoluto que también generan masivas adhesiones que se traducen en frases como "mi casa soñada" y otras huevadas por el estilo.


No es una tapera, desde luego, pero es mucho menos habitable que los derpas donde viven sus extasiadas/os/ admiradores clasemedieras/os que "compran" la "onda Marie Kondo" de ajustarse, empezando por el espacio que a nosotros -que no somos japoneses- nos recontra sobra.   


Por ejemplo, para subir esa escalerita de morondanga hay que ser uno de esos egipcios de los jeroglíficos; si regás las plantitas que están ubicadas allí, se te mancha la paré, amén de que dudo que les llegue un tenue rayo de sol; supongamos que allí vive una pareja -o que alguien pasó la noche como “partenaire” sexual del/la langa que vive ahí-, quien primero se levanta a hacerse un mate inevitablemente lo despierta al otro/a/e; ¿el baño está arriba o está abajo? -contá la cantidad de veces que subís/bajás para "hacer uso"-; ¿cómo carajo conciliás el sueño con esa cantidad de luz invadiendo todos los espacios?; ¿dónde ponés la escoba, el balde y el secador de pisos?; etcétera, etc., etecé.

 

Una de las máximas del arquitecto Rodolfo Livingston era que "lo más barato de todo es pensar". Él lo decía en relación a su oficio, pero vale para todo lo demás: estamos como estamos porque muchas/os ciudadanas/os han abdicado de su capacidad de raciocinio y "compran" las ideas más estrechas que el hombre ha sido capaz de crear.

 

Al paso que vamos, la próxima moda va a ser mudarse a los vagones con los que los nazis llevaban la gente a los campos.

 

Adenda: Sobre las ensalzadas y puras "virtudes" de la milenaria cultura nipona podríamos hablar un rato largo: pregúntele a los chinos sobre las masacres que en su tierra cometieron los "hijos del sol naciente", o simplemente recuérdese que fueron aliados del III Reich.

 

Carlos Semorile.

domingo, 2 de junio de 2024

Relación de abandonado


 

“El entenado” es, en origen, una novela de Juan José Saer “inspirada en la historia de Francisco del Puerto, único sobreviviente de la masacre en que murió Juan Díaz de Solís, descubridor del Río de la Plata”. Desde hace unos días es, además, una muy creativa adaptación teatral realizada por Irina Alonso, quien también tiene a su cargo la dirección del espectáculo que puede verse –mejor dicho, que no debería dejar de verse- en el Teatro Regio de esta ciudad a orillas del Plata.

 

La obra comienza con cierta premura porque es mucho lo que hay contar sobre la vida de este mozuelo cuya orfandad lo acercó a los puertos, que se alistó como grumete en la expedición de Solís, sobrevivió -sin entender por qué- a la matanza de sus compañeros y luego vivió una década con los indios colastiné. “Diez años están hechos de muchos días, horas y minutos. De muchas muertes y nacimientos también”, escribió Saer, quien pensaba -como otros grandes escritores (Yourcenar y Saramago, por nombrar un par)- que “No se sabe nunca cuando se nace: el parto es apenas una simple convención”.

 

Quienes hayan tenido la fortuna de leer el libro del santafecino –“una de las novelas más tristes de nuestra literatura”, como dice Carlos Gamerro en su formidable ensayo “Facundo o Martín Fierro”-, pueden sorprenderse que la versión libre de Irina Alonso contenga varios pasajes hilarantes que, sin dudas, ayudan a sobrellevar la hondura existencial que está en el corazón de las reflexiones del entenado.

 

El espectador también agradece –entre el asombro y la maravilla- la ductilidad del elenco (Claudio Martínez Bel, Iride Mockert, Pablo Finamore y Aníbal Gulluni –responsable también de la música y del diseño sonoro-), capaces de pasar del desenfreno a la mesura a medida que los recuerdos del entenado así lo solicitan. Ocupan el “lugar de la persona ausente” (uno de los tantos significados de la palabra “def-ghi”, que fue el modo en que los indios llamaron siempre al entenado), pues no por nada son los actores de la compañía teatral que representan, con éxito, su historia en distintas cortes europeas. Y sin embargo…

 

Para al entenado no es suficiente porque, como plantea Gamerro, “No es la desaparición de una tribu perdida entre los infinitos ríos sudamericanos lo que el narrador de Saer lamenta, sino la del mundo mismo, cuya existencia estaba garantizada únicamente en la vida de la tribu y sus rituales”. Él, que por primera vez tuvo un padre en la figura del cura Quesada –el hombre que le enseñó a leer y escribir-, coincide con el religioso cuando lo escucha decir, “con una sonrisa, sacudiendo un poco la cabeza”, que los indios eran hijos de Adán y por lo tanto hombres: “Yo, silencioso, pensé esa noche, me acuerdo bien ahora, que para mí no había más hombres sobre esta tierra que esos indios”.

 

Y aquí queremos detenernos en el extraordinario parlamento final de un estremecido Claudio Martínez Bel situado en la piel, en las entrañas y en la voz del entenado. Porque si, como escribe Gamerro, “El entenado es una obra alucinada que nos obliga a ensanchar nuestra comprensión y empatía a límites tal vez no contemplados por nosotros cuando iniciamos su lectura”, es porque se trata de una novela “de las más compasivas” de nuestras letras. Y si el tono del monólogo de cierre es -como lo es en verdad- exquisito, es porque “El entenado”, la obra de Alonso y su elenco, es una de las más piadosas de nuestro teatro.


Carlos Semorile.