Cuando los
años pasan, uno advierte que ha creído en muchos imposibles: el amor de cierta
hermosa muchacha que nunca se percató de nuestra existencia, la perdurabilidad
ad infinitum de amistades transidas de bohemia y confesiones, el mejoramiento
de la sociedad e incluso el de uno mismo. Diría que, a grandes rasgos, hay dos
maneras de salir de este “equívoco”. La más fácil es abrazarse al cinismo,
renegar de todas las creencias que uno sostuvo, y convertirse en un canalla.
La salida
difícil implica la permanencia en el atolladero, sosteniendo los mismos o muy
parecidos credos: la amistad acrisolada de conversaciones eternas, la bendición
de amar y ser amados, el convencimiento de que somos parte de una comunidad que
aspira a vivir mejor, con el mismo derecho que también lo anhelamos en el plano
individual. Desde luego, hay que hacer algunos ajustes, comenzando por asumir
las propias contradicciones –que suelen no ser pocas-.
También debe
admitirse aquello que alguna vez le dijera Carlos Olmedo a un compañero de
militancia mientras bajaba línea, al tiempo que lavaba los platos de la cena: “¿Sabés qué pasa, Negrito? La realidad es
desprolija”. La clave de esta frase cargada de sabiduría consiste en
percibir que, como se ha dicho muchas veces, no se pueden trazar líneas con una
regla y un compás y sentarse a despotricar como geómetras despechados porque el
territorio no “cuadra” en el mapa.
Todo esto
viene a cuento del asombroso deschave bienpensante que, con los tapones de
punta, salió a exigirle “prolijismo” a uno de los máximos ídolos populares
argentinos y, por extensión, al pueblo que lo idolatra. Parece increíble que a
esta altura del siglo XXI todavía haya quienes crean que los mitos son resabios
de una arcadia perdida, fosilizaciones de un período primitivo que habría que
extirpar del alma popular y, en el mismo proceso quirúrgico, insertar un
“raciocinio top”.
¿Ustedes no
sueñan imposibles, señoras y señores? ¿No se han dejado acariciar por la voz de
Gardel, no se han desgarrado escuchando a Evita, no leyeron a Perón, no
subieron a la sierra con el Che, no gambetearon rivales con Diego? Aún
respetándoles sus arraigados prejuicios, hay que decirles –y ustedes deberían
comprenderlo- que son muy brutos. Lean, por ejemplo, esto que Olmedo dijo hace
50 años:
“Un mal marxista, con poco
estudio y muchas pretensiones, es como un jugador de fútbol que no levanta la
cabeza: al final se enreda con la pelota, y termina tirándola afuera. ‘Se marca
solo’ dirá la tribuna. Algo parecido le ha ocurrido a la izquierda en este país”.
Por si no lo
entienden, les dejo esta imagen. El morocho que tiene la redonda es el mito.
Los demás son, apenas, refutadores de leyendas.
Por Carlos Semorile.
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