lunes, 30 de noviembre de 2020

La desprolija realidad


      Cuando los años pasan, uno advierte que ha creído en muchos imposibles: el amor de cierta hermosa muchacha que nunca se percató de nuestra existencia, la perdurabilidad ad infinitum de amistades transidas de bohemia y confesiones, el mejoramiento de la sociedad e incluso el de uno mismo. Diría que, a grandes rasgos, hay dos maneras de salir de este “equívoco”. La más fácil es abrazarse al cinismo, renegar de todas las creencias que uno sostuvo, y convertirse en un canalla.  

 La salida difícil implica la permanencia en el atolladero, sosteniendo los mismos o muy parecidos credos: la amistad acrisolada de conversaciones eternas, la bendición de amar y ser amados, el convencimiento de que somos parte de una comunidad que aspira a vivir mejor, con el mismo derecho que también lo anhelamos en el plano individual. Desde luego, hay que hacer algunos ajustes, comenzando por asumir las propias contradicciones –que suelen no ser pocas-.  

 También debe admitirse aquello que alguna vez le dijera Carlos Olmedo a un compañero de militancia mientras bajaba línea, al tiempo que lavaba los platos de la cena: “¿Sabés qué pasa, Negrito? La realidad es desprolija”. La clave de esta frase cargada de sabiduría consiste en percibir que, como se ha dicho muchas veces, no se pueden trazar líneas con una regla y un compás y sentarse a despotricar como geómetras despechados porque el territorio no “cuadra” en el mapa.

 Todo esto viene a cuento del asombroso deschave bienpensante que, con los tapones de punta, salió a exigirle “prolijismo” a uno de los máximos ídolos populares argentinos y, por extensión, al pueblo que lo idolatra. Parece increíble que a esta altura del siglo XXI todavía haya quienes crean que los mitos son resabios de una arcadia perdida, fosilizaciones de un período primitivo que habría que extirpar del alma popular y, en el mismo proceso quirúrgico, insertar un “raciocinio top”.       

 ¿Ustedes no sueñan imposibles, señoras y señores? ¿No se han dejado acariciar por la voz de Gardel, no se han desgarrado escuchando a Evita, no leyeron a Perón, no subieron a la sierra con el Che, no gambetearon rivales con Diego? Aún respetándoles sus arraigados prejuicios, hay que decirles –y ustedes deberían comprenderlo- que son muy brutos. Lean, por ejemplo, esto que Olmedo dijo hace 50 años:

 “Un mal marxista, con poco estudio y muchas pretensiones, es como un jugador de fútbol que no levanta la cabeza: al final se enreda con la pelota, y termina tirándola afuera. ‘Se marca solo’ dirá la tribuna. Algo parecido le ha ocurrido a la izquierda en este país”.

 Por si no lo entienden, les dejo esta imagen. El morocho que tiene la redonda es el mito. Los demás son, apenas, refutadores de leyendas. 

 Por Carlos Semorile.

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