Ayer tuve la fortuna de asistir a la presentación del
libro “Historia conjetural del periodismo”, último trabajo de Horacio González,
Director de la Biblioteca Nacional. Y pienso, y siento, y finalmente escribo
“fortuna”, porque he leído muchos de sus ensayos pero nunca antes había estado
en el bautismo de alguno de ellos. Este de anoche tuvo lugar en el Museo del
Libro y de la Lengua, cuya directora, María Pía López, fue la encargada de
abrir las exposiciones. Y lo hizo señalando la que tal vez sea la
característica sobresaliente del abordaje filosófico que González hace de sus
temas; esto es: no juzga ni condena, intenta comprender. López advirtió que
sumergirse en el pensamiento de Horacio no es una tarea sencilla pero, al igual
que el río de Heráclito, uno sale de sus escritos con la conciencia de que ya
no podrá leer de la misma manera a los autores y los textos por él citados. En
el caso en particular de esta historia conjetural, González nos introduce en el
doble debate del presente del periodismo, lo cual supone debatir sobre un tema
en particular, sin dejar de discutir sobre los modos de abordaje que imponen
los medios comunicacionales a través de “formatos predigeridos de goce, tiempo
y habla”.
Florencia Saintout (Decana de la
Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La
Plata) también remarcó la existencia de un periodismo que, en un giro
asombroso, ha abandonado toda capacidad auto reflexiva para terminar ofreciendo
un lenguaje opaco y carente de horizontes. Saintout sostuvo que, por el
contrario, el libro de Horacio sorprende por su capacidad de abrir nuevas
perspectivas acerca de un tema sobre el cual parece que ya se ha dicho todo, y
lo hace cabalgando sobre todas las tensiones que pone a disposición del lector.
El tema del lector fue abordado por el Director
Nacional del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. Eduardo Jozami
habló de un libro difícil, que en un principio parece previsible
-y hasta ofrece un desarrollo cronológico de temas y autores-, pero que está
signado por la sorpresa de ofrecer siempre un impensado punto de vista. En este
sentido, como ya lo había señalado López, la escritura de González se aparta de
lo convencional y es exigente con sus lectores. Para Jozami acaso sea necesario
que el lector supere un momentáneo desánimo, fije la vista y prosiga con la
lectura porque, sostuvo, en las páginas Horacio le esperan “reflexiones
inteligentes, relaciones inesperadas y afirmaciones luminosas”.
Tal vez porque González habla como escribe (o escribe
como habla; sea lo que fuere, se le agradece), sus palabras finales nos
ofrecieron algunas de aquellas tensiones, iluminaciones y comprensiones que
habían preanunciado sus presentadores. Así visto, indócil a las etiquetas
fáciles de los medios masivos, el periodismo adquirió la misma estatura
dramática que el resto de la vida pública argentina. Una sociedad que hoy tiene
a personalidades como Saintout, López, Jozami y González al frente de algunas de
sus instituciones más importantes. Intelectuales que, como planteara Saintout
respecto de Horacio, merecen nuestro abrazo ante los agravios que les prodigan
los medios concentrados. Ese abrazo, si se me permite, deberíamos dárselo
también por la generosidad con que nos brinda su mirada, esa que ilumina y
comprende.
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