El
sábado salió otro gran artículo de Sandra Russo cuyo título, “Los únicos
privilegiados”, refiere a que una de las mejores tradiciones sociales
argentinas viene siendo socavada por el desgobierno del ungido.
Dice
Russo que el pasado 9 de Julio pensó “en
los niños que no comen y que saben que la leche y la carne están en alguna
parte inaccesible. Que saben que el Estado no los quiere alimentar”. Una
hambruna deliberada.
Más
adelante, agrega algo que sabe cualquiera por el sólo hecho de ser humano: “No somos avatares. Venimos al mundo
incapaces de sobrevivir por nuestros propios medios y necesitamos del amor de
alguien para seguir vivos. Los niñxs, con su sola existencia, contradicen al
homo tecno que no necesita comer ni sentir ternura”. La “cultura de la mortificación”,
como la llamaba Ulloa, es exactamente eso: ni cobijo, ni miramiento, ni
ternura.
Ante
la “escandalosa saña contra las
infancias” que lleva adelante la ultraderecha, Sandra Russo postula la
única postura ética posible que, además, tiene la virtud de ser hija del
sentido común y la empatía:
“Esas criaturas recién
llegadas que nos necesitan. Todos necesitamos que nos necesiten alguna vez en
la vida, porque eso nos hace humanos. Es cuidar hasta darle tiempo al hueso,
como en la anécdota de Margaret Mead, a que se suelde.
Nosotros como adultos, como
seres amantes, como militantes, como buena gente, no podemos permitir que los
niñxs sean entregados al hambre y a la muerte. En lo racional, en lo emocional,
en lo político y en lo moral, la lucha durará hasta que los niñxs vuelvan a ser
los únicos privilegiados. Sin metáfora. Así, tal cual”.
El
extraordinario acierto de este cierre es el de apelar a la memoria cultural de
la comunidad argentina, hoy brutalmente agredida por una nueva cruzada
civilizatoria que pretende rediseñar el país como colonia. Y porque la pelea de
fondo siempre se da entre la civilización de los poderosos en guerra contra las
culturas de los pueblos. Esa cultura que supo hacer realidad que los únicos
privilegiados fueran los niños, y que hoy se ve amenazada por esta civilización
del marasmo que los aniquila.
Carlos Semorile.