Cuando
Cristina fue obligada a entregar el gobierno a las 23:59 hs del 9 de diciembre
de 2015, cientos de automovilistas que circulaban por Avenida de Libertador
hicieron sonar sus bocinas a la hora señalada en señal de alborozo. No fueron
dos minutos ni cinco, sino una muy larga sonata de odio que fue acompañada
desde los balcones con gritos y banderas. Por eso, cuando esa misma gente salió
a aplaudir a los médicos al inicio de la cuarentena, puse en duda su “buena
leche”.
Al calor del
embate de los medios, aquellos primigenios aplausos no demoraron en trocarse
por cacerolas, al principio con restos de pudor –se seguía aplaudiendo al
personal de salud aunque con mucho menor énfasis, y cada vez durante menos
tiempo-, y luego desembozadamente: ya no se homenajeaba a nadie, sino que todas
las energías estaban puestas en denigran la labor del gobierno. Como algunos
respondimos con “La Marchita”,
hubo compañeros que nos sugirieron moderación.
La mesura
siguió campeando desde nuestras filas, mientras se producían los primeros
llamados a concentrarse contra un autoritarismo imaginario. Débiles al inicio,
un poco más numerosos en cada nueva convocatoria, hasta llegar al punto que
cada nueva concentración pudo ser tomada como fecha de inicio de una nueva ola
de contagios. ¿Era mucho pedir que el único medio no abiertamente opositor no magnificara
todavía más la amplitud del evento?
Mientras
tanto, otras señales de diálogo y consenso con los sordos por empacamiento y
violentos por convicción y ADN, nos resultaron –por decir lo menos- ingenuas.
¿Quién se encargaría, por ejemplo, de controlar a aquellos vecinos que iban a
poder abandonar en forma temporal el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio
de acuerdo a su número de DNI, por un lapso no mayor a una hora diaria, y en un
radio de cinco manzanas alrededor de su domicilio? ¿Larreta? ¿Santilli?
La que fuera
la aquelarre trotadora de los “raners” fue perdiendo, raudamente y sin pausa,
su condición de escándalo para instalarse como el tolerado hábito de amucharse
en plazas, parques y ciertos comercios que dizque mantienen vigentes arcaicos
protocolos. En tanto, vía conferencia de prensa federal, el gobernador Morales
se jactaba de tener todos los parámetros bajo control, y el presidente
ponderaba su esfuerzo –el de Morales-. Hoy, en Jujuy se debate quién vive y
quién no.
Pero, para
algunos, los responsables seguimos siendo los que señalamos –además de la
actitud criminal de los enemigos del pueblo- las incongruencias de un gobierno
que sigue “comentando” los hechos, pero sin terminar de asumir su función
ejecutiva de parar el desmadre. No es el único que se demora: la Sociedad Argentina
de Terapia Intensiva y la
Facultad de Medicina de la UBA acaban de salir de su letargo y, recién ahora
–cual “triunviros” de la CGT-,
advierten que los aplausos devinieron en cadalsos. Apriete nomás el botón rojo,
compañero presidente. A todos y a usted también, nos va la vida en ello.
Por Carlos Semorile.
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