Insisto: hay que cuidarse –y mucho- de esos
documentales de la BBC que te muestran la barbarie para seguir vendiéndote la
civilización. Ayer por Encuentro enganché el final de un viaje que un
muchacho, Simon Reeve, hace por el Océano Índico. Más precisamente el episodio
donde retrata todos los horrores de Somalía (terrorismo islámico, migraciones
internas, sequías, hambrunas, desgobierno e inseguridad –tanta que usaba unos
calzoncillos anti perdigones-), para luego trasladarse a Somalilandia, un
antiguo “protectorado” británico que es, obviamente, un invento y que no está
reconocido por las Naciones Unidas. Pero al buenote de Simon esto no le
interesa en lo más mínimo porque aquí sí hay orden y control: le sellan el
pasaporte (“¿Cómo que Somalilandia no existe?”, dice sonriendo a cámara),
funcionan los servicios, y en plena calle le dan una carretada de dinero a
cambio de unos pocos dólares.
Cualquier argentino nacido después de 1930 sabe que
semejante “tipo de cambio” significa que esa economía es un dibujo: nadie en su
sano juicio daría dos mangos por un país cuya moneda ha llegado a tan
calamitoso estado. Pero Simon encuentra gracioso que le den una carreta llena
de guita –y un morocho para cargarla- a cambio de un par de billetes verdes.
Luego visita una cárcel porque en Somalilandia existe la ley –no como en
Somalía-, y los piratas que pululan por los mares somalíes acaban entre rejas y
cumplen sus condenas. Y el final es antológico. Algun@s ya lo habrán adivinado:
hay una ONG que se encarga de los chicos pobres y jodidos por la guerra, y
Simon los lleva a ver el mar por primera vez. El paupérrimo lenguaje que usa
con sus protegidos, los grititos que pega, las arengas superficiales, y todo
ese repertorio motivacional vacío y trucho me hizo acordar mucho a alguien que
no quisiera mencionar. La BBC ha hecho escuela: sus presentadores venden humo y
los gatos maúllan.
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