Créame que si todo estuviera yendo realmente mal, me
ahorraría estas palabras. Si fuese falso todo lo cierto, si -como dicen- el
país se cayera a pedazos y fuera asfixiante el clima social y respirar fuese un
acto milagroso, me llamaría a silencio y no escribiría, como lo hago, para
tender un puente. Entonces, no sólo no tendría sentido este papel, sino el acto
mismo de hablar, pensar o escribir a favor de un idea de país que ya habría
fracasado en los hechos, pero también en los corazones y en el espíritu de los
compatriotas.
Créame, asimismo, que no pretendo que usted cambie de
idea, ni que su opinión se parezca o siquiera se acerque a la mía. Pero, con la
misma franqueza, permítale decirle que nadie hace naufragar el barco en el que
su familia -y, con ella, sus sueños- intentan llegar a la otra orilla. Porque
de eso se trata, no?: compartimos, como pueblo, una misma deriva, y como
individuos tenemos unas expectativas que pueden ser disímiles pero nos iguala “aquella humana, inevitable inquietud pendular entre el miedo y la esperanza". Dicho de otro modo, no queremos fracasar, no merecemos fracasar. Nos
llevó estos doce años salir del desbarranque del último gran desacierto de
nuestra clase dirigente, y durante ese lapso incierto que anduvimos a los
tumbos seguramente usted, como yo, elevó una plegaria para que el país no se
incendiaria, y nosotros con él.
Pasamos raspando la fragmentación social, que al igual que en la mente de
una persona, sólo conduce al descalabro y la alienación. Trabajosamente, y no
sin dificultades, venimos revirtiendo el desquicio de lo fragmentario aplicando
dosis cada vez mayores de integración: integración de desempleados al mundo del
trabajo, integración de viejos al sistema jubilatorio, integración a las aulas
de niños y de pibes que estaban en la calle. Integración también en otros
niveles: del sistema eléctrico del país, de las rutas aéreas de la línea de
bandera, de las rutas terrestres nacionales con las provinciales, de las
distintas producciones nacionales para que se ensamblen y no le paguemos a
otros por aquello que podemos hacer nosotros. No quiero ni pretendo ser
exhaustivo, por no aburrirlo y porque la idea se entiende: la salud de una
nación depende de que sus partes se comuniquen e interconecten, de que su
moneda no esté desligada de sus mercados externo e interno, de que el crédito vaya
hacia la producción y el empleo, de que sus científicos orienten sus
investigaciones de acuerdo a las necesidades estratégicas del desarrollo de la
Patria. Hicimos todo lo contrario durante mucho tiempo, como si creyésemos que
construyendo una casa acogedora para los de afuera, tuviésemos alguna chance de
ser dichosos los de adentro.
¿Usted piensa que
le hablo de una sociedad perfecta? No, sólo le pido que, como dice un buen
amigo, no permanezca “inmune a las acechanzas de la esperanza”. Hay un montón
de argentinos trabajando con amor porque sienten que “se les hace tarde”,
porque pasamos largo tiempo en una intemperie desoladora y no nos olvidamos. No
se deje abatir por el dolor que aúna a extremistas de todo pelaje y condición,
junto a cobardes y desencantados perpetuos que sólo apuestan a la caída. La
conjura de los necios apuesta al naufragio, no de un gobierno sino de un pueblo
que tiene ganas de ser feliz mientras trabaja en pos de la plenitud de sus
potencialidades materiales y anímicas. Seguramente, también usted está entre
esos millones de compatriotas que la pelean día a día para construir un futuro
para los suyos. Por eso mismo, mantenga su idea política -que debe tener su
historia y sus fundados motivos para tenerla-, y siga pidiéndole a nuestros
representantes que nos dejen un país mejor del que encontraron. Escuche y lea
los periódicos, las radios y los canales que le plazca, pero cuídese de las
insensateces que a diario le proponen. Créame: lo insensato no es negocio.
Alguna gente, de esa que nunca pierde nada, anda esperando que esta vez el
rancho se queme con todos nosotros adentro.
Por
Carlos Semorile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario