lunes, 30 de agosto de 2010

La Dictadura Militar-Empresarial

Desde hace algún tiempo, y a instancias sobre todo de la Presidenta, se viene corrigiendo una antigua omisión en la caracterización del así autotitulado “Proceso de Reorganización Nacional”. Cristina, en este caso casi más cientista social que dirigente política, ha puesto a consideración de la ciudadanía toda, una reformulación necesaria para la que se necesitaba no poca valentía: la última dictadura no fue exclusivamente militar, sino cívico-militar. La agenda política del presente no deja lugar a dudas: el reo Martínez de Hoz es un espejo que adelanta para empresarios como Magnetto e inclusive para periodistas como Gelblung o Fontevechia. Lo primero que salta a la vista es la perversión del lenguaje: si “el capo” de Clarín es un empresario y si el colaboracionista “Chiche” es un periodista, ello revela que aún somos rehenes de los efectos culturales de “La Dictadura”. En alguna lejana cátedra de sociología dictada durante los primeros años alfonsinistas, Horacio González alertaba sobre esta dificultad en renombrar y repensar al “Proceso”, así como en su momento “La Libertadora” había sido refundada -y refutada- como “La Fusiladora”. Tal vez, especulábamos estimulados por González en la vereda de Marcelo T. de Alvear, ese “bautismo” no llegaba a producirse debido a la dificultad de encontrar las palabras que lograsen englobar la sumatoria y la síntesis de todo el horrendo accionar de los militares procesistas. ¿Sólo de ellos? No: basta escuchar el testimonio sereno y contundente de Lidia Papaleo de Graiver acerca de su único encuentro con la mano derecha de Ernestina Herrera de Noble: “Todo el horror que fue mi vida después de mi secuestro es indescriptible en la serie de perversiones, vejaciones y tormentos a la que fui sometida, no obstante que deseo concluir con la presente reiterando que prefiero ver los ojos y la cara de mis torturadores, antes que ver los ojos de Magnetto en el momento en que me amenazaba para que firmara” (el traspaso de Papel Prensa). La índole siniestra de estos hechos, lo ominoso de aquellos actos y de los actuales esfuerzos del monopolio mediático por desvirtuarlos, exigen de todos nosotros un esfuerzo por encontrar las palabras que puedan dar cuenta de lo medular de esa época aciaga. Un período que, en los documentos fundacionales de la propia Junta de Comandantes, se proponía “reorganizar” absolutamente todo: había que lograr eficacia allí donde sus antiguos camaradas no habían logrado disciplinar a una sociedad proclive a la rebeldía. Con entusiasmo, la corporación empresarial acompañaba este programa ajustado a sus necesidades y propósitos, y entregaba las listas de sus empleados indóciles para que los verdugos terminaran de una buena vez con sus lealtades políticas identitarias. Sólo en este sentido hablo de la Dictadura Militar-Empresarial, sin pretensiones de dar con él o los términos que nos permitan redefinirla certeramente, pero sí con la voluntad de precisar un poco más -al menos coyunturalmente- uno de sus tantos “componentes civiles”. Será que en estos días ha vuelto a mencionarse, por distintos motivos, el nombre del general Lanusse, un precursor en todo, parece que también en Papel Prensa. Ese nombre -Lanusse- y el del empresario de los medios Bernardo Neustadt los tengo asociados como los dos momentos de una misma secuencia comunicacional: la del ladrido castrense, y la del ladino prestidigitador que luego nos contaba la maravilla que suponía vivir encollarados. Ambos están muertos, pero hay mucho “crispado” suelto que va a la casa del Amo a recibir la cucarda del destituyente del mes. Nosotros, los de a pie, mejor sigamos haciendo política.
Por Carlos Semorile.

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