El sábado 12
pudimos, ¡al fin!, disfrutar de un concierto de Katie James, el segundo de la
serie que viene haciendo en este su primer viaje a la Argentina, una estadía
autogestionada y por ello mismo limitada a unas pocas ciudades -Buenos Aires,
La Plata y Mar del Plata-. La bonita sala del palermitano Teatro Border resultó
apropiada para su primer encuentro con un público que la esperaba con muchas ansias,
tras largos meses de escucharla y seguirla a través de las redes sociales.
Una primera buena
noticia es que la persona que conocíamos sólo a través de medios virtuales es
la misma que vimos la otra noche: una mujer encantadora, alegre, cálida,
sonriente, vital y amabilísima. También sabíamos de la dulzura de su canto y de
sus dotes musicales como compositora e intérprete, y tuvimos la dicha de verla
desplegar ambas cualidades en un repertorio donde ella se animó a ponerle el
alma a algunos temas muy argentinos como la “Canción de las simples cosas”, el
vals “A unos ojos” (que Katie recordaba cantada por Los Visconti, pero que también
hicieron Edmundo Rivero y, aún antes, Carlos Montbrun Ocampo), y la maravillosa
zamba “La Pomeña”, acompañada por su colega y amiga local Yasmin Occhiuzzi, pues
esta porteña supo hacer una potente versión de “Toitico bien empacao”.
Lo que ha
sucedido con este tema de James merece todas las alabanzas que, de
seguro, se le han hecho y se le seguirán haciendo, pero el homenaje más grande
es que se haya hecho un lugar –por derecho propio- dentro del cancionero
popular latinoamericano. Este bambuco ya es un emblema y, como dijo su autora, muestra
otra faceta suya: la de tener la claridad y la firmeza para expresar en versos,
como buena juglar, el testimonio de una situación de índole social.
Las demás canciones
–suyas y de otros- tienen ese aroma nostalgioso de los amores que llevamos,
como las personas que quisimos y acaso nos quisieron, o los lugares que nos dejaron
una marca indeleble, y que nuestros poetas y músicos plasmaron como folklore. Que
Katie James rescate ese repertorio habla de su exquisita sensibilidad, y que
eso vuelva a escucharse es una señal del poderoso encanto de la dulzura.
Por Carlos Semorile.